Tuvo una vida escasa en aventuras y sin embargo cercana a la leyenda. Escribió una obra excepcional -antológica-, pero obtuvo un reconocimiento que no trascendió fronteras. Francisco Espínola fue acaso un mito acorde a un país del pasado, cuando los mitos eran democráticos, laicos, tolerantes, populares, y provincianos también.
Eso bastaba entonces, porque un Uruguay orgulloso de su democracia, su laicidad y su tolerancia no precisaba de otras legitimaciones para creer en una mitología entrañable, apasionada y propia.
Fue un escritor, pero además un personaje: Paco. Acaso sus dotes de narrador oral, su culto criollo de la amistad y de la gente, la manera tan literaria de sus actitudes de vida, crearon ese personaje de seducción apaisanada que varias generaciones perpetuaron por años en el imaginario colectivo.
Hoy cuando se van raleando las filas de quienes le conocieron, cuando son menos los que atesoran sus cuentos y pueden rematarlos con el ritualísimo “Pero hay que ver cómo lo contaba Paco”, y cuando, también, se ha alejado irremisiblemente el Uruguay que hizo posible el consenso y el mito, Francisco Espínola, abandonado de Paco, no se pierde. Queda en su obra. Los cuentos memorables que escribió, la magistral creación de su Don Juan, el zorro, un legado irónicamente póstumo, sustituyen el encanto de la leyenda por la verdad del arte.
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