Francisco Espínola: el último escritor nacional

Ana Inés Larre Borges

Publicado en Insomnia, abril 1998

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Francisco Espínola: el último escritor nacional

Ana Inés Larre Borges

Tuvo una vida escasa en aventuras y sin embargo cercana a la leyenda. Escribió una obra excepcional -antológica-, pero obtuvo un reconocimiento que no trascendió fronteras. Francisco Espínola fue acaso un mito acorde a un país del pasado, cuando los mitos eran democráticos, laicos, tolerantes, populares, y provincianos también. Eso bastaba entonces, porque un Uruguay orgulloso de su democracia, su laicidad y su tolerancia no precisaba de otras legitimaciones para creer en una mitología entrañable, apasionada y propia. Fue un escritor, pero además un personaje: Paco. Acaso sus dotes de narrador oral, su culto criollo de la amistad y de la gente, la manera tan literaria de sus actitudes de vida, crearon ese personaje de seducción apaisanada que varias generaciones perpetuaron por años en el imaginario colectivo. Hoy cuando se van raleando las filas de quienes le conocieron, cuando son menos los que atesoran sus cuentos y pueden rematarlos con el ritualísimo “Pero hay que ver cómo lo contaba Paco”, y cuando, también, se ha alejado irremisiblemente el Uruguay que hizo posible el consenso y el mito, Francisco Espínola, abandonado de Paco, no se pierde. Queda en su obra. Los cuentos memorables que escribió, la magistral creación de su Don Juan, el zorro, un legado irónicamente póstumo, sustituyen el encanto de la leyenda por la verdad del arte.

Los primeros años de la vida de Francisco Espínola estuvieron marcados por el clima político y social de los levantamientos armados y las convulsiones políticas, los últimos de un largo ciclo de guerras civiles entre blancos y colorados que debatieron al país desde su constitución independiente. Nació el 4 de octubre de 1901 en una familia criolla de San José que alimentó una mitología partidista, rural y épica que el escritor sostendría en su obra y en su vida. La tradición familiar era doblemente blanca. Su abuelo materno, don Fernando Cabrera, quien según los recuerdos familiares había cuidado cuando niño una tropilla de azulejos de Oribe cuando el sitio de Montevideo, trasmitió al niño el legado de esas tradiciones.1 Aunque nacido en Islas Canarias, la influencia de su padre, Francisco Espínola Aldana, será aún más determinante. Fue el padre un caudillo blanco y saravista de San José que participó muy joven en la revolución de 1897; en 1904 peleó junto a Aparicio Saravia y fue herido en Masoller, donde murió el mítico caudillo blanco. En 1910 estuvo en el levantamiento blanco opuesto a la reelección de Batlle y Ordóñez y en 1935, ya de edad avanzada, marchó a la Revolución de Enero donde su hijo fue hecho prisionero. La figura del padre se levanta imponente frente a los ojos del hijo que a pesar de los méritos: alcanzados como escritor no dejará de firmar “Francisco Espínola, hijo” hasta la muerte de aquél en 1948. Don Paco, admirado y temido, produce un sentimiento ambivalente que no dejará de trasmitirse en la obra del escritor y de marcar su vida. Entre los primeros recuerdos infantiles admitidos por el escritor está la despedida del padre que marcha a la revolución del 4, y entre los que asoman más o menos disfrazados en sus cuentos también comparece la revolución del 10 que Luis Pedro Bonavita, amigo desde entonces de Paco, supo recrear resumiendo todo el misterio y la aventura que significó para los niños la revolución: “Por allí no se veía una partida revolucionaria, ni fuerzas del ejército, ni siquiera piquetes policiales. Pero la guerra también estaba en el pago. Estaba en la natural inquietud de las que no habían dejado las casas - las mujeres, por supuesto- estaba en la impaciencia de los que esperaban en el monte la oportunidad de la incorporación (...) y estaba en el ánimo de los muchachos a quienes aquellos partes de guerra, aquellas noticias de la guerra, nos enardecían”2.

La ausencia del padre, su dimensión heroica, pero también autoritaria y distante, se complementa con el estrecho vínculo afectivo que lo une a la madre, cuya figura idealizada reaparecerá en su literatura, una literatura insistentemente poblada de huérfanos.3

Pero el énfasis trágico y trascendente que Espínola atribuyó a sus recuerdos infantiles, no alcanza a ocultar otras vivencias más amables y festivas que moldearon su sensibilidad. Fue la temprana experiencia de la campaña en Rincón del Pino, campos de su abuelo materno donde transcurrieron todas sus vacaciones, donde aprendió a ser un buen jinete y a tropear: “una región de dilatadas estancias, virgen del arado en casi toda su extensión, suelo de montes indígenas, guarida de gatos monteses y aguarás, (que) mantenían el alma casi como en la época de Artigas, de la Patria Vieja”4 ; y fue la infancia en una casa quinta de San José, de puertas abiertas, llena de agregados, siempre “poblada por la gente más heterogénea (...) indios, pardos, negros y, moralmente, apreciando todos los grados de la condición humana”5, tipos humanos de una picaresca criolla que luego emigraría a su literatura. En tiempos de paz, don Francisco Espínola actuó como caudillo civil en cargos políticos departamentales y tuvo actividad en la prensa. Llegó a dirigir un diario, La Paz, y fue columnista de otros periódicos de San José, donde gozaba de esa forma de la popularidad de distante respeto que suele ocurrir en los pueblos. De su padre recibió el primer acercamiento a la cultura a través de tempranas lecturas de los clásicos y de la tradición española. Balzac, Virgilio, El Cid de Víctor Plugo, lo iniciaron en la lectura pero también en una asimilación de la cultura que mantendrá toda su vida su carácter de autodidacto. Lectura en profundidad pero algo arbitraria y sin sistema. Entre el deber de la épica y la fiesta bárbara de una casa habitada por la picaresca pueblerina, se oculta el carácter de un niño que, como el protagonista de ‘Las ratas’, fue tímido, hipersensible e introspectivo y que, en lugar de escapar de las siestas junto a hermanas y primos, prefería “quedarse quieto sobre una frazada leyendo con la luz que pasaba a través de un postigo de la ventana” .6 Pero la rebeldía llegaría con la primera juventud.


El gaucho Espínola

1922 es un año de definiciones para el joven Espínola. Después de cursar sus estudios secundarios en San José, se trasladó a Montevideo para atender estudios preuniversitarios de medicina, pero ni la capital a la que no terminó nunca de adaptarse, ni el inicio de una carrera que nunca concluyó, dejaron huella significativa en el escritor. Son otros los itinerarios perseguidos: literatura y política, dos pasiones que diseñarán su vida.

Fue en 1922 que un grupo de jóvenes blancos de San José -Espínola, Luis Pedro Bonavita, Adrián Gil, José González Perera, y muchos más-, descontentos con la política de su partido, promueven una lista propia para las elecciones departamentales que, con escepticismo y desdén, algunos llamaron “la lista de los poetas”. Esa lista, encabezada por los escritores Carlos Roxlo, Javier de Viana y José Alonso y Trelles, aunque diseñada sin consulta previa a los propios candidatos, logra en pocos días de ferviente campaña, sacar un diputado. Como Roxlo, que simultáneamente había sido electo como diputado por Canelones optó por ese departamento, Viana mismo terminó electo por San José7. Y fue Viana, justamente, la primera amistad literaria de peso en el futuro escritor. A él lo visitaba cada domingo en su quinta de La Paz, y fue quien, según un temprano testimonio de 1933, lo incitó a escribir sus primeras cosas.8 Esas cosas fueron unas coplas criollas que Espínola llamó ‘Cantares’ y con los que llenó con letra esmerada y escolar un cuaderno ‘Tabaré’ que aún se conserva y de los que llegó a publicar algunos en diarios y revistas. Lo decisivo, sin embargo, será la escritura de sus primeros cuentos. Los escribe en su mayor parte en la pensión de Montevideo, en el intervalo que va de 1920 a 1926. Escribía por las tardes acompañado de su amigo maragato Luis Pedro Bonavita, su compañero de pensión. Por la nochecita, cuando llegaba su otro gran amigo de San José y de toda la vida, Luis Gil Salguero, el cuento ya estaba hecho y Paco les leía buscando aprobación. Son los cuentos que formarían Raza Ciega, su primer libro. La seguridad estilística que hoy se reconoce en esa primera publicación fue entonces el bautismo inmediato del escritor. Recibe el espaldarazo de Alberto Zum Felde, árbitro de la literatura nacional desde las páginas de El Día, quien vio en ese puñado de cuentos la revitalización de un nativismo que ya estaba agotado en su versión lírica.9 Esa continuidad advertida por el crítico estaba ya planteada en el libro a través del prólogo del poeta Pedro Leandro Ipuche, reconocido autor del nativismo lírico que fue amigo del primer Espínola, como lo fueron también Sabat Ercasty y Emilio Oribe, estando el escritor en ese tiempo inaugural de su literatura más cercano a los poetas del 20 que a los narradores con los que ha ingresado en nuestra historia literaria. Enrique Amorim, José Morosoli, Justino Zavala Muniz, fueron relaciones literarias y amigos que llegarían un poco más tarde.

Pero hay otra inserción de Espínola joven menos advertida por la crítica y que tal vez explique el algo abusivo aserto de Zum Felde cuando advierte en los cuentos de Raza Ciega una introducción en “la literatura de asunto campero de la sensibilidad de la vanguardia”. En su estadía montevideana el joven Paco se acercó a los grupos que se reunían en tomo a dos cruciales publicaciones de los años veinte: La Cruz del Sur, cuya editorial publicó esa primera edición de Raza Ciega y Cartel. Así fue amigo y frecuentó a Alfredo Mario Ferreiro, el poeta vanguardista, que se convirtió en entusiasta y puntual comentarista de cada mío de sus libros y que dejó una encantadora semblanza del Espínola de entonces: “Eran los buenos tiempos de La Cruz del Sur cuando apareció Espínola. Venía vestido de luto, de cuello palomita y aquel su mirar de Martín Pescador, mientras por el acuarium de los lentes le bailaban, como buscando evadirse los dos ojitos inquisidores y maliciosos. Nos acostumbramos a oírlo. Lo oíamos largamente. Días hubo que Espínola habló por espacio de ocho o diez horas. Y parecía un minuto”.15 Este contacto fue antes que nada de amistad y camaradería, y admitía las divergencias estéticas sin mayores complicaciones. Eran tiempos felices de la literatura donde el rigor crítico se postergaba frente a la felicidad de los banquetes. Un tiempo lúdíco y festivo, donde cualquier excusa prometía agasajos. Espínola se sintió atraído y aun partícipe de esos aires de renovación que Europa exportaba en años de entreguerra. En su diario juvenil Paco llega a anotar con candor cierto: “He escrito unos poemas muy extraños, estoy hecho un ultra o dadá o un super”, juicio harto difícil de probar por los poemas que sobrevivieron pero que ayuda a comprender la modernidad y audacia de sus cuentos. Es verdad que para los grupos de Cartel y La Cruz del Sur, que daban a conocer entonces los nuevos isinos de la vanguardia europea o de la más cercana Buenos Aires, Paco fue siempre “el gaucho Espínola”, protagonista él mismo del ‘Romance de un gancho perdido’ que le dedicase Ángel Aller y que publicó la editorial de Cartel. Lo mismo opinaría Álvaro Guillot Muñoz en 1933 cuando la salida de Sombras sobre la tierra: “Cuando viene a Montevideo, en la mesa del Tupí Viejo, el gaucho Espínola desparrama a diario su inagotable anecdotario siempre fresco y palpitante, su manantial de observaciones pialadas en el suburbio del pueblo natal donde aparecen truculentos tipos maragatos”. La fama de gran conversador que cimentaría por años la leyenda ya nacía. En tanto Espínola lleva en Montevideo una intensa vida literaria y cuando no viene lo van a buscar, como lo atestigua la divertida crónica ‘Busca y captura del gaucho Espínola’, relato de un viaje a San José del plantel de Cartel en busca del sur profundo de la campaña maragata.11 Al tiempo que participa de la camaradería y el vitalismo de sus amigos vanguardistas, Espínola se abocó a una aventura literaria que ha permanecido aún más secreta: su actividad como poeta. Poemas que quedaron en su mayoría inéditos pero que en su momento fueron importantes para el narrador que en 1930 se confiesa a Carlos Reyles “ya se verá algún día lo que significa mi poesía, todavía dispersa en diarios y revistas”. Llegó a componer dos poemarios y no se conformó con el juicio adverso de sus contemporáneos. En 1933, al enumerar sus proyectos literarios se lo ve progresivamente resignado pero no convencido: “...y un libro de poemas terminado en 1927 cuya publicación he ido deteniendo, porque en general no gustan. Esto me asombra. Es lo más serio que yo he hecho; pero allá la gente”12.

La malograda etapa lírica de Espínola no era otra cosa que el paralelo literario de la educación sentimental que vivió a fines de los años 20. Cada poema corresponde a algún feroz enamoramiento que tuvo como escenario su San José natal y que Paco dejó registrado en un diario íntimo que llevó con despareja periodicidad entre 1926 y 1934. Se suceden los nombres de muchachas, los encuentros y desencuentros inocentes y triviales. Los sucesivos enamoramientos de muchachas del ‘Centro’ se alternan con incursiones al ‘Bajo’, En los prostíbulos de San José conoce a La Lula, la prostituta que servirá de modelo para La Nena de Sombras sobre la tierra. El diario que permanece inédito confirma la sospecha del contenido autobiográfico de su primera novela. La escribió en la cocina “de lo de Bordad”, un café del bajo, rodeado de personajes que “no sabían que su presencia interrumpía, a veces, las líneas con que yo Los estaba trazando con esmerado cariño”. Fueron los tiempos de las lecturas nocturnas de Dostoyevski y el escritor descubre que también su pueblo está poblado de frágiles personajes de metafísica eslava. Muchos de sus personajes son construidos sobre modelos reales y las tribulaciones de su protagonista coinciden con los deseos y preocupaciones del joven escritor. “Juan Carlos, casi y sin casi, era yo -confesará muchos años después-, soy como me pinté y no corno me pintan”.13

La publicación de Sombras provoca simultáneamente el entusiasmo de los críticos, el inmediato éxito entre los lectores y un módico escándalo promovido por el audaz tratamiento del tema, entonces tabú, de lo prostibulario, A esa polvareda hay que agregar un hecho que contribuyó al tumulto y del que Espínola siempre se enorgullecería: única novela presentada al concurso oficial de 1934, el premio fue declarado desierto14. Cuando en 1935 participe en la insurrección contra la dictadura de Terra será, tanto para sus compañeros como para sus enemigos, el ya famoso autor de Sombras sobre la tierra.


Combatiente en Morlán

“Viernes Io de abril: vergüenza nacional” anota Espínola en su diario. Gabriel Terra había disuelto las cámaras el 31 de marzo de 1933 y continuaba su mandato presidencial como dictador. La acción opositora que se gesta en ese año y cuyo jefe indiscutido es, como en 1910, el caudillo blanco Basilio Muñoz, culminará con la insurrección armada de enero de 1935. Y con su derrota.

Bajo el mando de Ovidio Alonso, Espínola participó en la escaramuza que tuvo lugar el 28 de enero en los montes del arroyo Colla, en el Paso del Morlán. Los rebeldes, una treintena de hombres, se enfrentaron al ejército gubernista protagonizando una de las escasas victorias de la fracasada revolución. Estaban mal armados y sin municiones, y a pesar de su triunfo tuvieron que retirarse, para ser después hechos prisioneros por el gobierno. Paco relató en una carta al filósofo Carlos Vaz Ferreira escrita desde su prisión en Colonia, las vicisitudes de su participación, con un remington desesperadamente viejo que se le atascó antes de que pudiese disparar un solo tiro: “Nos llovían las balas.

Mi primera bala no salió. Volví a tirar y a cargar. Idéntico resultado. Y me envolvían los endemoniados silbidos. Cargué de nuevo, rabioso. Y se atracó la bala de tal manera, que no hubo forma de hacerla mover. No tenía baqueta. El jefe se me acercó y me ordenó que me quedara inmóvil en el suelo, para no hacer tanto blanco. Y allí me quedé, exactamente una hora y cinco minutos. Hubo un momento en que el fuego nos llegó por la izquierda y la derecha, también. Creí que nos rodeaban. Pero nuestro fuego los obligó a restablecer su línea. ¿Qué se piensa cuando se está así, impotente en el suelo, sintiendo picar las balas alrededor, o a pasar silbando “finito”? Poco. Y todo dentro de una terrible soledad (...) Exactamente, lo que experimentaba era una infinita melancolía. Aquella batallita, aquel trasto inútil.”15 En la evocación, sucesiva e insistente, que hará Espínola del episodio a través de los años, se alternarán ia anécdota risueña, irónica o melancólica, con la interpretación grave y heroica de los hechos. Las dos versiones, sólo aparentemente contradictorias, frieron verdad para el escritor. Por un lado la lucidez en reconocer el flaco poder de convocatoria de la insurrección, el disparate de ir a pelear con armas de museo, unido a su sensibilidad de escritor atento a los rasgos de picaresca que presentó el combate; por otro, la realidad de los muertos, su jefe Ovidio Alonso herido en Morlán, sus amigos, Raúl Magariños Solsona y Alberto Saavedra, muertos. La dura prisión en el cuartel de Rosario, donde le hacen un simulacro de fusilamiento, y la fraterna prisión en el de Colonia, donde el jefe enemigo lo reconoce como el autor de Sombras. Cuando todo termina, su padre, que se mantuvo siempre ajeno a sus inquietudes y méritos literarios, le dice por primera vez: “Estoy contento de usted”. 115 Hay algo a un tiempo cándido y auténtico en la trascendencia que Espínola dio a este episodio de juventud. Cuando algunos años después de la muerte de Paco el escritor Enrique Estrázulas visitó a Madame Salvage, dueña del Saint Michel, un hotelito en París adonde iban a parar muchos uruguayos y un personaje pintoresco y memorable que se enorgullecía de haber alojado a Paco, tuvo la tentación de preguntarle por su amigo: “¿Cuándo lo conoció a Paco Espínola?” -interrogó Estrázulas-. “Cuando terminó la guerra del Uruguay él vino a París y se alojó en el hotel” -respondió inmutable Madame Salvage.- “¿Cuando terminó la guerra del Uruguay? No, Madame. Debe haber un error. Le ruego que haga memoria.” “-Sí, sí. Bien segura. Fue cuando terminó la guerra...” – “-¿Aquella guerra se llamaría Paso Morlán? ¿Le recuerda algo Paso Morlán?” “-Sí. Llegó después de esa guerra. Él debe haber peleado mucho porque siempre hablaba de la guerra.” El rescate humorístico de Estrázulas no hace más que continuar el que el mismo Paco tentó tantas veces, pero en otros momentos. Morlán recobra gravedad y se vuelve experiencia fundante de actitudes cívicas que le tocará asumir en los tiempos difíciles, que sobrevendrán en la madurez.


El profesor y el ciudadano

Los años menos agitados que siguen a su consagración como escritor y a su acción política partidista son, sin embargo, los creadores del Espínola que más se ha impuesto en la memoria colectiva y el más frecuentado por amigos y memorialistas. Son los que refieren a una calidad bien definida por Carlos Martínez Moreno como la del “escritor institución”18. Una figura sustentada por años de civilizado batllismo en el que Espínola gozó, a un tiempo, del respeto de la clase política, aun de sus adversarios -ya no enemigos-, de la consideración de sus pares literarios y de la adhesión -más difícil- de los jóvenes intelectuales. Con astucia criolla digna de alguno de sus personajes, Paco logró eludir el acartonamiento museístico que suelen adoptar figuras de aprobación tan unánime sin dejar de encarnar a ese “último escritor nacional”. Curiosamente, sin embargo, este escritor por antonomasia casi no publica, pero al silencio editorial corresponde la minuciosa creación de su obra más lograda y ambiciosa, el Don Juan, el zorro, cuya creación fundamental y definitiva fue hecha en el verano de 1947 y parte del invierno de 1948.

La entrada en la madurez trajo el asentamiento de su vida familiar. Después de un fracasado matrimonio que se disuelve a los dos años, se casa con Dolly Baruch, su compañera de toda la vida con quien tiene dos hijos, Carlos y Mercedes. Son nuevas responsabilidades que le exigen una mayor estabilidad laboral. Espínola vivirá desde entonces en la modesta dignidad que le permiten sus ingresos como docente y ocasional periodista.

Se inició como crítico teatral en 1936, primero desde las páginas de El País y después en la recién fundada Marcha. Tuvo otra más dispersa presencia en revistas como Mundo Uruguayo de Montevideo y El Hogar de Buenos Aires escribiendo sobre casi cualquier tema, hasta sobre danza y caligrafía, de las que es dudoso fuese un gran conocedor. Espínola fue un periodista sólo por necesidad. Ya en 1935 cuando colaboró con los cuentos de las Veladas del Fogón para el diario Crítica de Buenos Aires escribe una patética carta a su amigo Enrique Amorim donde expresa su queja y su deseo de “salir de esto del suplemento, insoportable, irresistible para mí, con la obligación de escribir sin ganas, cosa que yo nunca, había hecho en mi vida”. Fue en cambio un adelantado de la clase intelectual en su vínculo con los nuevos medios de comunicación masiva. No tuvo prejuicios en frecuentar la radio y fue el primer, solitario escritor que llegaría a la televisión. Su voz inaugura la serie de Escritores del Uruguay que impulsa Lauro Apestarán y pronto se venden 800 copias de la grabación de sus cuentos. Tiene un programa en la televisión oficial que es visto por un público que lo sigue imantado aunque acaso nunca haya leído un libro suyo. Cuando en 1967 el programa es suspendido, espontáneamente se produce una protesta generalizada que se expresa en la acumulación de firmas que, encabezadas por Zavala Muniz y la actriz Margarita Xirgu, ocupan tres páginas de la prensa en sucesivas ediciones.

Esta singular presencia pública fue en realidad la extensión natural de la labor docente, verdadero eje de su vida. Una actividad que ejercerá de un modo heterodoxo y carismàtico. En la Facultad de Humanidades, recientemente creada por su amigo Vaz Ferreira, Espínola dicta cursos de Composición en la Épica Griega y crea la Cátedra de Análisis y Composición Literaria. La libertad con que estaba concebida la cátedra y la que se tomaba el escritor, permitían que Paco pudiese dedicar un año entero al estudio de “El problema técnico de la presentación de Patroclo en el Canto XVI de la Ilíada”. La especificidad y aparente aridez de estos temas son engañosos: fueron en verdad clases de asistencia unánime, plenas de alumnos fuera de curso que concurrían imantados por el despliegue de una personalidad carismática antes que por razones curriculares. Clases sobre literatura griega que la leyenda, con agudeza, bautizó: “mateando con los griegos”. Espínola realiza además una frenética labor de conferencista. En instituciones privadas, en la Universidad, en liceos del Interior, en decenas de escuelas, la figura algo anacrónica del escritor vestido de luto y con cuello palomita ejerce su público magisterio. Habla de Hamlet, Valéry, Florencio Sánchez o Gardel entre grandes pausas de suspenso que provoca, con sentido teatral, mientras arma -minucioso- un eterno cigarrillo.


El culto a la amistad

Espínola participó de un entramado de relaciones personales con la casi totalidad del espectro intelectual uruguayo de una manera tan intensa como ausente fue su relacionamiento literario fuera de los límites de lo nacional. En su juventud fue amigo de los sobrevivientes de la generación del 900 como Carlos Revles, Vaz Ferreira, Javier de Viana y Zum Felde. Intimó con los poetas del 20, Oribe, Ipuche, Sabat Ercasty, Alfredo Mario Ferreiro, y con los intelectuales de su generación, la del 30. Tuvo conciencia de pertenecer a una generación de narradores, pero fue además su entrañable amigo. De Amorim que oficia muchas veces como su mecenas, enviándole 300 pesos “para que festejes la salida de Sombras” o invitándolo a la Conferencia de Paz en Breslau, Polonia en 1948. 19 De Juan José Morosoi, el otro gran cuentista al que la historia literaria lo mantendrá inseparablemente unido, una unión que ya Paco inauguró al escribir el prólogo para la segunda edición de Hombres del escritor minuano. Más iluminadores que ese estudio formal resultan unos breves apuntes que con letra minúscula y casi ilegible anotó Espínola en una carta que le envió su colega y amigo: “Lo nuevo que trajimos Morosoli y yo (principalmente) es esto: No se había dado en la mayoría de los casos más que los aspectos heroicos o la degradación moral (en la literatura rural). Nosotros somos los herederos de ciertos aspectos del teatro de circo; de lo que él dio en personajes saineteros especialmente. De sus negros, de sus reclutas, de sus sargentos, de sus comisarios cerriles”,20 También fue amigo de Justino Zavala Muniz con quien coincidió en la oposición al terrismo en su juventud, aunque en partidos diferentes ya que Zavala era colorado, y a quien visitó en la Casa de las crónicas en Bañado de Medina, Cerro Largo, por el puro gusto de “concertar una hablada hasta por los codos”21. Pero no sólo cultivó la amistad entre escritores sino de musicólogos como Lauro Ayestarán, pintores como Torres García, críticos como Roberto Ibáñez, historiadores como Pivel Devoto, entre los más notorios y cercanos. Con el mismo interés cuidó la adhesión de cantidad de seres anónimos que lo siguieron en sus clases o a través de la radio y la televisión, llegando a anotar en pequeños papeles, atesorados, las reacciones y demostraciones de afecto que un guarda de ómnibus o una empleada de tienda mostraban por sus cosas.

Esta modalidad de escritor que encarnó Espínola respondía a una concepción epocal, la de su generación, la del Centenario, donde el escritor encarna al personaje y la literatura obliga a lo solemne. Paco, sin embargo, logró eludir ese peligro y conquistó a las nuevas generaciones. Las parricidas huestes del 45 lo hicieron su maestro. Ángel Rama vio en Paco “un maestro (que) en mi momento en que pareció romperse la ilación generacional de las letras uruguayas, restableció el equilibrio, la necesaria comunicación entre mayores y nuevos”. Y Carlos Maggi supo titular un artículo como ‘Los dos maestros paradojales del 45’2. El otro maestro sería Onetti con quien, de forma previa e independiente y a diferencia de otros creadores de su generación, Espínola tuvo una amistad personal temprana y un entendimiento literario. Se conocieron posiblemente después del regreso de Onetti de su primera estadía porteña en 1934. Casto Canel, amigo de ambos, cuñado de Espínola y primer editor de El Pozo de Onetti recuerda haberlos encontrado juntos en la redacción del diario Uruguay donde Paco trabajaba como corrector. Uruguay fue una aventura periodística de Natalio Botana, director del diario Crítica de Buenos Aires, donde ambos, como muchos otros escritores uruguayos, habían colaborado. Quizá de aquella coincidencia surgió una amistad que permanecería a través de los años y cuyo primer registro público está en la defensa que Onetti escribió sobre La fuga en el espejo, pieza teatral de Espínola estrenada en 1937.23 Cuando en diciembre de 1939 sale El Pozo, en modestísima edición artesanal hecha en papel de estraza, la indiferencia y el silencio que acompañó su salida es quebrada por una sola voz, la de Espínola que, en las páginas de El País publica el único comentario que mereció el libro. Siguieron amigos y es la voz de Paco la que recupera una anécdota que da la medida de su cercanía: “Yo estaba muy embromado. Me gastaba en un santiamén lo que agarraba y había momentos en que me faltaba lo imprescindible. Entonces, Onetti, que venía seguido a mi cuarto, a tomar mate, vio la cosa. Y un día -él ganaba creo que setenta pesos en una casa de autos- llegó más temprano que de costumbre y me dijo: “Mira, tomá, che. Cobré y me sobra. Tomá". Y ya nomás peló un fajo. Pero no era cosa que por mí él pasara necesidades también. Y yo que no y él que sí. Y entonces decidimos ir a comer juntos -yo hacía días que andaba casi a dieta- y nos hicimos un banquete en un gran restorán, de los que jamás habíamos pisado. Esa es nuestra amistad, que no ha tenido jamás una variante negativa”4.

Fue una rara amistad dado la total oposición de las figuras: Si Paco era el personaje entrañable y popular, el gran conversador, el gaucho, Onetti sería el huraño, inaccesible cultor del sarcasmo, la ironía y la piedra en el charco. Si Espínola representa la culminación del regionalismo, Onetti inaugura una literatura existencialista y urbana. Su circunstancia también los distanciaba: Espínola era un autor reconocido, autor de un libro Saltoncito que leían todos los escolares del país, héroe de Morían; Onetti, todavía, un cazador oculto. Nada impidió que los uniese una amistad cómplice que parece destinarlos a compartir, también, la consideración de los jóvenes de entonces que los lucieron sus “paradojales maestros”.

En cuanto a Espínola el rescate que hizo la generación del 45 se centró en el reconocimiento de un magisterio “que no necesitó estrado. Se cumplió por años en la tertulia del café” como supo decir Rama y que “enseñó en su creación y en su discurso que el arte es un artificio regido por ciertas formas que hay que aprender a cumplir” en palabras de Maggi. Este reconocimiento al arte lúcido del escritor es el aporte que hizo la nueva generación en la evaluación de Espínola. Era el relevo crítico que asediaba su obra encontrando nuevos valores y lo proveía de nuevas tribunas -Escritura, Número, Asir, las páginas de Marcha- órganos generacionales que mantuvieron a Espínola bien visible en la galería de la literatura y alimentaron su culminante consagración.


La consagración

Aunque siempre fue mimado por la crítica, es posible datar la consagración de Francisco Espínola a partir del Homenaje del Liceo de San José en 1957. A partir de esa fecha se suceden premios y se acumulan distinciones y homenajes que resultan en el monumento. Espínola accede a una categoría que contados escritores usufructuaron para bien y para mal en la historia de la literatura uruguaya: antes que él, Rodó, Zorrilla de San Martín, Juana de Ibarbourou; después que él, ninguno.

El el homenaje del 5 de octubre de 1957 en el liceo de San José fue modesto y departamental, crecería en significado, sin embargo, por las artes carismáticas del escritor. En las palabras de agradecimiento Espínola ensayó una larguísima reflexión autobiográfica cuya lectura delata sus dotes de seductor. Hacia el final, Paco recuerda las palabras que en su honor había pronunciado Justino Zavala Muniz en el Consejo Nacional de Gobierno. Esas palabras, motivadas en realidad para interceder en la adjudicación de una beca a Europa sobre la que finalmente nunca se expidió el tribunal, eran señal de un reconocimiento que lo consolidaba como un escritor institución.

Es en este carácter que realiza su segundo viaje a Europa. Viaja en 1959 como “Enviado extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Misión Especial” a la Conferencia de la Unesco en París para tratar el tema del español en Filipinas. La designación - posible compensación de la frustrada beca, ya que fue promovida por el mismo Zavala-, fue proclamada en alguna prensa, como un gesto de generosa amplitud batllista que enviaba a un escritor de notoria filiación nacionalista como su representante. Enamorado de París, se resiste a abandonarlo. Permanecerá allí nueve meses retenido, según informe médico, por “trastornos de origen respiratorio e intensa fatiga que se atribuye a un surmenage”. Recorre París, sus monumentos y calles, especialmente el Barrio Latino, desde la rué Cujas y el Boulevard Saint Michel hacia el Sena. “Al mismo tiempo que visitaba sus museos -dirá a su regreso- no olvidaba, sobre todo por las noches, concurrir a los más modestos bistrots donde me fui vinculando tan entrañablemente con bichicomes, mujeres que ya ni siquiera eran de la mala vida, que me sentí como cuando era joven en los suburbios de San José”.25 Aunque estaba en sus planes conocer también Grecia “donde Homero hizo reinar a Odisea” y España para “hacer el camino de Don Quijote”, su enfermedad se lo impide, y tan sólo viaja a Israel donde es cautivado por Jerusalén .2S

A su regreso de París, en agosto de 1959, Espínola vuelve a sus clases y a sus conferencias. La creación literaria se mantiene postergada por otras preocupaciones. “Mire amigo, yo escritor no soy -dirá en una entrevista de entonces- apenas un hombre que tiene facilidad para escribir. No es una cosa que me preocupe (...) lo que me interesa en este momento son otras cosas: Nuestro sistema educacional está mal porque ha perdido conexión con la realidad. Creo que hay que hacer una gran obra para unir a todos los uruguayos a través de la enseñanza. Nosotros nos sentimos malos porque no nos conocemos.”

En 1961, cuando se le concede el Gran Premio Nacional de Literatura, su amigo Onetti obtiene el “más modesto” Premio Nacional para la producción narrativa del bienio. En la doble adjudicación subyace un símbolo. Desde el inicio de su amistad, los itinerarios de estos dos escritores habían cambiado. Onetti, en las dos décadas transcurridas había construido una sólida obra narrativa sostenida en la publicación de siete novelas y dos volúmenes de cuentos, Espínola, dedicado a su magisterio laico, y con una -cuestionable- aunque exitosa incursión en el ensayo -Milán o el ser del circo (1954)- había dado a conocer apenas un par de cuentos, aunque entre ellos se contase la perfección de Rodríguez, y adelantado algunos fragmentos del Don Juan. Lo ocurrido en ocasión del festejo con que se los homenajeó conjuntamente, ilustra por contraste la postergación que de la literatura había hecho Espínola: “Paco habló largamente; al llegar el turno a Onetti, éste se levantó para decir: “Yo no hablo, escribo”27 .

El entrañable personaje, para lamento recurrente de críticos y escritores, sepultaba al escritor. El silencio editorial es curiosamente ocultado por el eco de los homenajes. La Junta Departamental de Montevideo le dedica un sonado homenaje el 6 de setiembre de 1962. Faltaban pocos meses para que se cumpliesen los treinta años de la primera edición de Sombras sobre la tiara, y el autor agradece con una extensa exposición en la que relata “las circunstancias extrañísimas” que rodearon la creación de la.novela. Un discurso que, si habría de convertirse en ineludible referencia de su obra, denunciaba también el hecho de que, después de tantos años, Paco seguía siendo “el autor de Sombras”.


El compromiso político y la muerte

Desde su aventura juvenil en las elecciones de 1922 la política fue para Espínola una pasión que compartió con la literatura. Una responsabilidad que vivió dramáticamente, aunque su itinerario fue más frecuentemente el del testigo que el del protagonista. “Blanco como hueso de bagual” como se autodefinió y lo definieron muchos, habría de abandonar, sin embargo, el partido de sus mayores en un progresivo acercamiento a la izquierda que culminó, hacia el final de su vida, con su afiliación al Partido Comunista uruguayo.

La tentación de Juan Carlos, su alter ego en Sombras sobre la tierra, de “irse con esos hombres que, abandonándolo todo, se agrupan en el afán de edificar una sociedad más buena” fue el mismo argumento que cuarenta años más tarde daría el escritor para justificar su opción. Su participación en el combate de Morían afirmó su identidad blanca, de la misma manera que a Juan Carlos lo detienen “la lanza paterna” y “la divisa bordada por la madre”, y lo mantuvo dentro de las filas partidarias hasta 1962.

Durante la mayor parte de su vida Espínola fue, no sólo un escritor de filiación blanca, sino un intelectual de su partido. En las elecciones del 50 figuró -aunque en un improbable lugar-, en las listas de candidatos del Partido Nacional Independiente. En 1960 es el orador que recuerda a los muertos de Morlán al cumplirse los 25 años de la Revolución de Enero. Su actuación, sin embargo, aunque claramente definida, estuvo marcada por la voluntad de respeto y, más aún de fraternidad con sus adversarios políticos. Esa es la idea que domina -persistente- en sus palabras en ocasión del homenaje que le tributara la Junta de Montevideo en 1962. En su ‘Discurso ante la Junta’, Espínola impone una versión del país donde los enemigos son capaces de admiración y respeto mutuo y conservan “el espíritu del mundo criollo”. Esa razón de amistad y reconocimiento entre adversarios, que Espínola cultivó en lo personal con sus amigos -comunistas como Amorim o Mario Arregui, batllistas como Zavala Muniz, Flores Mora y Carlos Maggi, socialistas como Frugoni y Roberto Ibáñez y, aun con el muy conservador y colorado Carlos Reyles, por mencionar tan sólo sus amistades literarias-, no fue rara en aquel Uruguay que Carlos Real de Azúa definiera como “una sociedad amortiguada", la de un batllismo que consensualmente admitía y promovía la convivencia y la tolerancia.

Pero el 21 de noviembre de 1962, apenas dos meses después del Homenaje de la Junta, Espínola adhiere al Frente Izquierda de Liberación. Dos días después de su pública adhesión, participa espontáneamente en el acto de clausura de la campaña electoral y dice unas palabras que explican su decisión: “Hasta ahora no he hecho otra cosa que exteriorizar simpatía por los oprimidos, amor por los débiles. Yo estaba más atento de lo que podría parecer a la realidad concreta; pero creía por ceguera de amor, que con eso bastaba. Aunque en una de mis obras, un personaje dice que se debe hacer por los hombres algo más que amarlos”. La opción, sin embargo, no oculta el drama que significó para el escritor la ruptura con una tradición: “Yo sentía que tenía que adoptar una actitud nueva, pero eso significaba arrancarme las vísceras, separarme de mis muertos. Esta actitud me arrancó lágrimas”.

No es arbitrario relacionar estas tribulaciones personales del escritor con el estudio obsesivo que emprendió por mucho tiempo de la figura y la obra de Eduardo Acevedo Díaz. Supo plantearse la reivindicación del novelista, ya no sólo como escritor, sino como figura política. Acevedo Díaz, blanco “traidor a Saravia y al Partido”, que coincidió con Batlle y permitió su reelección, representó el drama con el que él mismo habría de identificarse. José Pereira Rodríguez ha rescatado en el comentario de una conferencia, de las muchas que Espínola dedicó al novelista, una acotación imprevista en la que Paco habría dicho “Batlle casi no era colorado”. Esa frase bien convenía al estadio de su terca vocación por un Uruguay ajeno a odios partidarios, versión que su Discurso ante la Junta ejemplifica con otra: “Pero es que estábamos en el Uruguay”; y que se afirma en la extendida creencia en la excepcionalidad civilista del país. Espínola abandonaría esta visión en sus últimos años, cuando opta por el compromiso político con la izquierda en el contexto de un clima polarizado, proclive al enfrentamiento que él mismo asumiría, aunque salvando siempre las viejas amistades.

Fue una decisión difícil y fue vivida dramáticamente por el escritor. A las razones de humanidad y disconformidad con la dirigencia con su partido que el escritor hizo públicas es muy posible que se sumase la influencia de sus compañeros de infancia de San José, antiguos correligionarios en la militancia nacionalista y amigos íntimos de toda una vida: Luis Pedro Bonavita y Luis Gil Salguero. Bonavita, además de amigo, cuñado de Paco, fue presidente del Frente Izquierda de Liberación (FIDEL) desde su fundación y Luis Gil, tan admirado y respetado por Espínola desde su juventud era el Presidente de Trabajadores de la Cultura de la misma coalición.

Durante la década del 60 en un clima de progresiva agitación política, Espínola participa en actos de apoyo a la Revolución Cubana y se mueve entre la activa intelectualidad y en el medio universitario de izquierda. El progresivo compromiso culminará el 27 de agosto de 1971 con su afiliación al Partido Comunista. Espínola explicó su decisión reiterando las razones de su anterior adhesión al FIDEL a las que se agregaban, ahora, su coincidencia con el marxismo después de “meditadas lecturas” y de acuerdo a “mi naturaleza cristiana” y expresó su solidaridad con los comunistas por “toda la iniquidad que se arrojaba contra ellos” y el deseo de que “también de mí se dijera que soy agente de odios sociales, que soy también vendepatria”.28 Seguramente hubo también en esta ocasión razones de afecto íntimo que ayudaron a su decisión, el cariño por Mecha, su hija, militante de las juventudes comunistas, quien simbólicamente firmó en el acto su ficha de afiliación.

Los comunistas recibieron alborozados el ingreso del escritor a sus filas. En el acto realizado en el local de la calle Sierra, desbordante de público, el Primer Secretario del Comité Central del Partido, Rodney Arismendi, lo recibió con un extenso discurso que fue ampliamente difundido por la prensa partidaria junto con el de Espínola, La respuesta de Paco, síntoma elocuente de la temperatura política de esos años, resume su trayectoria política y vital: “Por Sandino, contra la dictadura del año 33, a favor de la República Española, contra el fascismo y el nazismo posterior, contra el antisemitismo, por la causa aliada en la Segunda Guerra Mundial, contra la invasión en Guatemala, y después, claro está, hasta estos días, en defensa de la Cuba Socialista y del heroico pueblo de Vietnam”.

Sería el último gesto de compromiso político del escritor. Su muerte, ocurrida en la noche del 26 de junio de 1973, víspera del golpe militar, fue generosa con el hombre que no vería la inminente persecución de sus camaradas, el encarcelamiento de su hija y el exilio de sus amigos. Fue también, una fecha simbólica, con él moría el Uruguay de la convivencia y se abría un período oscuro de dictadura. Y fue, elocuentemente, un acto cívico, porque, como testimonia Martínez Moreno, su velorio “sirvió de pretexto para una reunión política de emergencia”.

Mario Arregui, comunista de siempre, amigo y discípulo de Espínola, manifestó alguna vez que, “a pesar de su afiliación, Paco seguía siendo blanco”. Es posible que su idiosincrasia y, especialmente la visión del mundo que ha dejado en su literatura, tengan su matriz más verdadera en la tradición de sus orígenes, pero también es verdad, que su conversión fue vivida auténticamente y no estuvo desprovista de dudas. Tampoco se debería omitir que, esa “necesidad de querer y ser querido” que declaró tantas veces como el único sentido de una vida, pudo realizarse en el espacio que le confirió el Partido Comunista donde encontró un refugio, una posibilidad de acción y una tribuna.

Así como su muerte, la publicación póstuma a la salida de la dictadura de su mejor obra, el Don Juan, el zorro, fue también simbólica. El Don Juan se transformó, por la misma fecha de su publicación —1984— en parte de la reconquista de una cultura silenciada por más de una década. Con picardía criolla, el gaucho Espínola se las ingeniaba, aún después de muerto, para participar en la historia del país.

Y su Duan, el zorro, escrito para que “al calor de la emoción estética reviva en el lector aquello que está condicionando y condicionará por largo tiempo lo que somos”29, coincidía con el breve lapso en el que antiguos adversarios se unían, como antes, para enfrentar otra dictadura, con una fraternidad que tantas veces soñó este último escritor nacional.

Notas

Espínola confió a Carlos Maggi ese recuerdo de su abuelo: "De nueve años, durante el Sitio de Montevideo, mi abuelo se venía de la estancia del padre y más de una vez, cuidó la tropilla de azulejos que tenía Oribe. Así que mirá si somos blancos, nosotros.” (En Paco Espínola, vida y obra, Capítulo Oriental, Cedal, 1968, p.401.) Otro testimonio se encuentra en el Discurso en San José: "Mi abuelo nace a los dos años de ser esta nación independiente. Yo apoyé mi mejilla de muy pequeño niño en sus grandes barbas blancas, para escuchar la tradición de mi familia, de mi familia y de nuestra raza (...) Yo conocí por él aspectos casi olvidados del folclore nacional”. En Discurso en San José de Mayo, Montevideo, imprenta as, octubre de 1957, p,8.

En Las barras del día, Montevideo, Arca, 1969. Espínola da una visión similar a la de Bonavlta en un texto escrito con ánimo partidista en 1935 y que tituló ‘1910’: “Los niños estábamos entusiasmados, Inquietos igual a los cuzcos, sin advertir la agobiante tristeza que manchaba la cara de las mujeres...” En El País, Montevideo, Año xvu, N° 5713, martes 3 de setiembre de 1935.

En ‘Las ratas’, un recuerdo de infancia de Paco Espínola (Editorial Imprex, Montevideo, 1986), Daniel Gil recuenta y estudia desde el psicoanálisis estos recuerdos infantiles. Su demostración del nexo edípico con la figura de la madre en el recuerdo que da título a su estudio parece incuestionable. También Tatiana Oroño hace una observación interesante: “Lo dramático debe haber sido identificarse con el mundo ejemplar, pero vivir en el real”, en Francisco Espínola, Montevideo, Editorial Técnica, 1991,p. 19,

En anotaciones inéditas de su Archivo.

En Discurso en San José de Mayo, ya citado.

Testimonio de su hermana menor en Mi padre de Enriqueta Espínola, Montevideo, Comunidad del Sur Editora, 1968.

El episodio aparece relatado por Luis Pedro Bonavita en 'La experiencia de 1922' del citado Las barras del día pp. 49-57. Existe también una versión de Espínola en una nota periodística en ocasión de la muerte de Javier de Víana: ‘Javier de Viana a través de Francisco Espínola' donde dice que “pensóse en Quijano para primer titular. Pero éste, que estaba en Europa, no tenía la edad exigida por la ley".

En 'Confesiones de Francisco Espínola', reportaje de Juan Carlos Alles. En Mundo Uruguayo, Montevideo, Año xv N° 773, 1933, pp. 25 y 31.

En El Ideal, publicación vespertina de El Día, 30 de mayo de 1930. Recogida en libro por Uruguay Cortazzo en Zum Felde crítico militante, Montevideo, Arca, 1982.

'Eran los buenos tiempos de La Cruz del Sur' por Alfredo Mario Ferreiro. En Martes Literarios de La Razón.

'Una carta de Jaime L. Morenza: Busca y captura del gaucho Espínola’. En Cartel, Montevideo, Año ii, N° 4, 1931.

'Confesiones de Francisco Espínola', reportaje de Juan Carlos Alies ya citado.

En reportaje de Jorge Ruffinelli 'Paco Espínola: Una imagen piadosa y verdadera de los hombres'. En Marcha, Montevideo, Año xxxIII, N° 1569, noviembre 12 de 1971. Recogido en libro en Palabras en orden, de Jorge Ruffinelli, México, Universidad Veracruzana, 1985.

Sus amigos de Cartel protestaron y también apareció un suelto en El País titulado 'Una víctima que anuncia un homenaje en desagravio al escritor'.

Esta carta fechada en Colonia el 11 de febrero de 1935 se publicó bajo el título de ‘Carta a Vaz Ferreira desde la guerrilla’ en el Capítulo Oriental ya citado.

Espínola relató minuciosamente en su Discurso ante la Junta de Montevideo la experiencia como prisionero. Curiosamente la tolerancia que allí demuestra, destacando los gestos fraternos y velando los episodios de destrato -aun el del pretendido fusilamiento en Rosario-, contrasta con la versión más urgente y partidista que dio en un artículo publicado en El País pocos meses después de Morían titulado 'En la prisión' donde juzga duramente a sus captores,

Este testimonio escrito me lo facilitó antes de morir Julián Murguía; Enrique Estrázulas lo tituló 'En el Hotel Saint Michel: Madame Salvage habló de Paco Espínola' y está fechado en 1976. Probablemente permanece inédito.

En Imagen múltiple de Francisco Espínola Martínez Moreno maneja también el concepto de “último escritor nacional" del que este trabajo es deudor, Se publicó en la revista Texto Crítico de la Universidad Veracruzana de México, Año 1, N° 2, julio-diciembre de 1975. Está en libro en Literatura uruguaya Tomo 1 de la Publicación de la obra ensayística por la Cámara de Senadores, Montevideo, 1993, pp. 269-279.

A su regreso Espínola dictará algunas conferencias llenas de admiración sobre lo que vio en Polonia. Lógicamente serán festejadas por Justicia, el diario comunista. Sin sospechar de su sinceridad, es verdad que Espínola halló siempre motivos por los que entusiasmarse en sus viajes y encontró siempre seres entrañables que evocar, tal su disposición psicológica. En ese viaje conoce a Paul Eluard, se reencuentra con Jorge Amado que había estado exiliado en Uruguay, conoce a llya Eheremburg y cena con Picasso junto a Amorim, pero esos encuentros no fundaron relaciones ni dejaron especiales huellas.

Existe otra anotación igualmente breve y espontánea que parece un homenaje íntimo e inconfesable: “Morosoli era menos inteligente que yo, (yo estoy seguro de que él estaba seguro de ello, lo que no significa que é! no fuera (si lo sabré yo) mucho más genial que yo. Hay que tener mucho ojo con el arte. Porque el arte no tiene nada que ver con nosotros (se defiende de nosotros)."

La expresión aparece en una carta “sin fecha" que le envía a Meló para recomendar al joven Mauricio Muller para un trabajo en el Teatro Solís y es ejemplar de la fraternidad entre los dos escritores.

"La generación del 45-si no todos, muchos de sus integrantes-aceptó dos maestros: Paco Espínola y Onetti. Por admiración los apartó desde el principio de su ferocidad destructora y después los aprovechó y los continuó." En Capitulo Oriental ob. cit. La cita de Rama proviene de ese mismo artículo de Maggi.

‘Comentarios respecto de La Fuga en el Espejo’ se publicó en El País, Montevideo, el martes Io de junio de 1937. Onetti sale allí al cruce de las críticas adversas que recibió la obra de Espínola.

En 'Una imagen piadosa...’, reportaje de Ruffinelli ya citado.

De su experiencia parisina escribió una serie de artículos que, bajo el título general de ‘Emociones de París’ fueron publicados en las páginas de El País de Montevideo. Esas crónicas fueron parcialmente recogidas por Assia Viera Gómez en El Paco en París, París, Ediciones Tiempo Uruguayo, 1984.

Referencias tomadas de su correspondencia con Esther de Cáceres.

El episodio fue recuperado Mántaras en Francisco Espínola Vida y Obra, Ed. La casa del Estudiante, 1986, pp. 1314.

En ‘Paco Espínola: Una imagen piadosa y verdadera de los hombres’, reportaje de Ruffinelli, ya citado.

Citado por Arturo Sergio Visca en el prólogo a la primera edición de Don Juan, el zorro, Montevideo, Arca, 1984.

FICHA BIOGRÁFICA

1901 - Nace en San José de Mayo el 4 de octubre, en el hogar de Francisco Espínola Aldana y Justina Cabrera Corujo, el primogénito de tres hermanos,Victoria (1904) y Enriqueta (1905).

1904 - Su padre marcha a la revolución con las fuerzas maragatas al mando del Coronel Cicerón Martin. Es herido en Masoller. En ausencia del padre nace su hermana Victoria. El recuerdo de la partida pasará a su literatura.

1910 - Nuevo levantamiento blanco opuesto a la reelección de Batlle y Ordóñez. El padre vuelve a partir a al revolución. Muere su abuelo materno. Paco, niño, vive los acontecimientos como una aventura.

1919-1920 - Se instala en Montevideo en una pensión de la calle Magallanes para cursar estudios de medicina que pronto abandonará.

1922 - Actividad política promoviendo una lista alternativa dentro del Partido Blanco Independiente. Visitas a Javier de Viana que lo impulsa a escribir.

1924 - Publica su primer cuento ‘Visita de duelo' y ‘El hombre pálido’ en la revista Actualidades.

1926 - Publica Raza Ciega, con inmediato reconocimiento crítico. Escribe en cuatro días Saltoncito que publicará cuatro años más tarde y también ‘El rapto'.

1927 - Recibe el Premio de Instrucción Pública por Raza Ciega. Se integra al círculo de Jóvenes vanguardistas que se reúnen en torno a La Cruz del Sur y posteriormente Cartel.

1930 - Publica Saltoncito. En la noche del 4 de octubre en el café de Bordad de San José escucha la conversación que dará origen a ‘Qué lástima’ El 30 de diciembre inicia la escritura de Sombras sobre la tierra.

1933 - Se publica Sombras sobre la tierra, editada por la Sociedad de Amigos del libro rioplatense. Aparece la primera versión de ‘Qué lástima’, bajo el título de ‘Las tres confusas borracheras' y la de ‘Los cinco’, bajo el de ‘Los cinco jinetes rumbo al calabozo', en el diario Crítica de Buenos Aires.

1934 - Se casa con Raquel Berro Oribe, sobrina del poeta Emilio Oribe. Se separan dos años después sin haber tenido hijos. Publica la primera versión de ‘Las ratas', en Mundo Uruguayo, bajo el título ‘Recuerdos de mi vida’. 1935 - Revolución de enero. Participa del fracasado levantamiento contra la dictadura de Terra bajo el mando de Ovidio Alonso en el combate de Paso Morían. Colabora con el diario Crítica de Buenos Aires con la serie Las veladas del fogón.

1936 - Inicia su labor de crítico teatral en el diario El País.

1937 - Estrena en el teatro Urquiza La fuga en el espejo, que se edita con prólogo de Roberto Ibáñez.

1939 - Lucha contra el fascismo. Publica El infierno nazi, Reportajes. Se integra como crítico teatral al semanario Marcha, fundado por su amigo Carlos Quijano. Es profesor de literatura en los Institutos Normales. Primera reedición de Sombras sobre la tierra.

1940 Se casa con Ana Raquel (Dolly) Baruch, el 30 de marzo. Se publica ‘Rancho en la noche' en La Nación de Buenos Aires.

1942 - Escribe el prólogo para la edición de Hombres, de Juan José Morosoli.

1943 - Nace su hijo Carlos.

1945-1946 - Profesor de literatura en Enseñanza Secundaria y catedrático de Composición literaria y Estilística en la recientemente fundada Facultad de Humanidades. Da un ciclo de Conferencias sobre Eduardo Acevedo Díaz en la Universidad de la República.

1948 - Muere su padre, el II de abril, a los 76 años. Viaja invitado al Congreso por la Paz en Breslau, Polonia. Primer viaje a París junto a su amigo el escrito Enrique Amorim. Escribe la mayor parte de Don Juan, el zorro.

1949 - Nace su hija Mercedes.

1950-56 - Publica El rapto y otros cuentos (1950) y el ensayo Milán o el ser del circo (1954) que merece la Medalla de Oro en Remuneraciones Literarias. Cursos y Conferencias sobre La llíada y sobre Eduardo Acevedo Díaz.

1957 - Homenaje del Liceo de San José.

1958-1959 - Viaja como delegado ante la Unesco. Se instala en París y prolonga su estadía por problemas de salud. Escribe la serie de crónicas Emociones de París. Viaja a Jerusalén.

1960-1961 - Homenaje a Gardel en el Teatro Solís. Renuncia a Cátedra de Análisis y Composición en Humanidades. Publicación de Cuentos por la Universidad. Se le concede el Gran Premio Nacional de Literatura.

1962 - Homenaje de la junta Departamental de Montevideo. Adhiere al FIDEL.

1963-1970 - Creciente actividad política. Se publica Tres fragmentos de Don Juan, el zorro (1968).

1971 - Se afilia al Partido Comunista uruguayo en gran acto. Su hija Mecha firma su carnet de afiliación.

1973 - Muere el 26 de junio, víspera del golpe de Estado.