“Saltoncito" es el único relato para niños que escribió Espínola y cronológicamente se ubica entre las terribles miserias de “Raza Ciega” y el submundo sórdido y metafísico de “Sombras sobre la tierra”. Fue publicado en 1930 y mantiene su vigencia. Una parte de este trabajo intenta explicar por qué. La otra intenta acercarse a la necesidad que impulsó al autor a escribirlo.
Narra la historia de un joven sapo en un mundo de sapos humanizados. Un sapito que perdió a su padre, que vive solo con su madre y recibe las enseñanzas de un patriarca que le habla de las maravillas de mundos lejanos. Y “en el alma de Saltoncito nació e iba creciendo, hasta empujarlo, el deseo de abandonar la comarca y salir por el mundo”'.
Parte una noche y en su camino encuentra nuevos personajes. El “feo lechuzón” Conversa con la Noche hace comentarios sobre su “mala fama”, pero la desmiente, siente deseos de proteger al sapito bueno y ante él, ser otro. Lo sube sobre sus alas y vuela muy alto, hasta caer muerto. Saltoncito llora la pérdida del nuevo amigo, y continúa su camino.
Amanece cuando llega a un lugar hermoso. Extasiado ante la belleza del paisaje es sorprendido por soldados-sapos que lo toman prisionero. Rápidamente se suceden escenas de terror. Es encerrado en un calabozo, a sólo pan y agua. Pero el carcelero se compadece de él y le cuenta su propia historia dolorosa. Saltoncito es juzgado, acusado de asesinato y condenado a muerte sin pruebas. Pero el carcelero que ya lo quiere como a su propio hijo, lo libera y ocupa su lugar.
Saltoncito huye por largos pasadizos, ve espléndidas riquezas y al fin se encuentra con un sapo cubierto por bellísimo manto de púrpura, sentado en trono con gradería de plata. Saltoncito es descubierto por el rey, pide clemencia, y éste descubre que se trata de su hijo. Reconoce la vieja chaqueta de pana gris, con una rasgadura, que fue suya y el joven lleva puesta. Entonces el padre narra su propia historia: cómo un águila lo llevó prisionero en sus garras, cómo lo soltó en un lago y una muchedumbre lo aclamó por rey, rememorando una antigua profecía. Y este rey nunca se atrevió a abandonar el lago, vivió desesperanzado, obsesionado por la familia perdida. En el presente le demandan que deje descendencia. En esa trágica disyuntiva de volver a casarse aparece el hijo perdido.
En este punto la historia toma un nuevo rumbo. Saltoncito ya no será el sapito huérfano y aventurero, sino el Príncipe. Su primera decisión es revocar la sentencia de muerte destinada al carcelero, que su padre sí estaba dispuesto a firmar. La segunda, demandar la presencia de los tres jueces, y castigarlos con las mismas medidas crueles que ellos utilizaban. Las acciones del Príncipe justiciero continúan: libera al viejo carcelero y lo nombra mariscal. Saltoncito es vestido con ropajes de príncipe y acude a un baile que el rey celebra en su honor. Se acerca a una joven, descubre que es plebeya, pero también la más hermosa. La requiere por novia y Flor del Nenúfar acepta. Comunicado el noviazgo al rey y recibida su bendición, Saltoncito comienza a planear el retorno.
Antes asumirá el mando completo, bajo la pasiva aceptación del padre. Convoca en reunión a los siete ministros. El pueblo lo aclama, él expresa su deseo de hacer el bien y obtener la felicidad de todos. La apoteosis del Príncipe comienza. Rebaja los impuestos.
Recién entonces emprende la partida. Retoma su vestimenta pobre, aquella con la cual salió de su casa y por la que su padre le reconoció. Es su marca identificatoria. Cuando golpea la puerta del hogar, lo reciben los brazos de la madre, acompañada del Patriarca. Saltoncito le presenta a su novia y después le devuelve el padre. Las dos parejas emprenden el regreso al rico reino del lago, y al arribar son nuevamente aclamados por el pueblo. Saltoncito contrae matrimonio y para siempre será llamado “El Bien Amado”.
El lector está ante un cuento que prosigue el esquema del “monomito” planteado por Joseh Campbell, estructura que entrega el cuento a la intemporalidad de la recepción. Como en este modelo, el héroe siente el llamado a la aventura, recibe ayuda a través de una figura benigna del destino, cruza el primer umbral y entra la región de lo desconocido (el lago donde reina su padre) y es atrapado por seres monstruosos (soldados y jueces). Cuando su muerte es inminente, su carácter virtuoso le da la posibilidad de ser libre. Esa libertad es, simbólicamente, total: por un momento el héroe ha dejado de existir, ha estado en la muerte y ha vuelto. Ya no habrá nada que temer y tendrá el poder de salvar a los demás: porque el haber pasado y haber retornado demuestra que... no hay nada que temer. Será el salvador del pueblo, el derrochador de amor preocupado por la felicidad de sus súbditos:
Amigos míos: yo os quiero mucho y...
La multitud lo interrumpió aplaudiendo frenéticamente.-
...y trataré de hacer vuestra felicidad.”*
El héroe ya ha entrado en el camino de al iniciación. En el territorio mítico, la iniciación del héroe atraviesa dos etapas fundamentales: la reconciliación con el padre es la primera. Al verlo, ignorante del parentesco, le pide clemencia: ¡Dejadme, señor, irme con mi madre! En ese rey, Saltoncito sólo visualiza la crueldad del que manda, opuesta a la bondad que él mismo emana. En el análisis de Campbell, “el aspecto de ogro del padre” le impide al héroe asumir su adultez. El individuo debe tener fe en la misericordia del padre y debe confiar en esa misericordia.
En los errores del gobierno paterno, Saltoncito padece y compadece los horrores del mundo: injusticia y miseria. Comprobando estas crueldades (aun involuntarias), el héroe enfrenta las tragedias del mundo. Era ésa la cara del padre, el lado cruel de la existencia, ya representado desde el inicio del relato por un abandono inexplicable y atormentador: “A raíz de su desaparición corrieron varios rumores por el charco... Pero lo cierto es que se fue el invierno y vino la primavera sin que Mángoa, la esposa del desgraciado sapo, ni Saltoncito, su hijo, volvieran a verlo más."
Sin embargo, hay singularidades de este relato que lo alejan del esquema previsible del cuento popular. Saltoncito no vive afligido por la desaparición del padre, sino por la tristeza de su madre. Y no sale al mundo a buscar a su progenitor, sino a encontrar riquezas que alivien las penurias maternas. También tiene claro que sale en busca de su propio, altísimo destino. Llegará lejos por su inteligencia y su bondad, había profetizado el Patriarca. Y emprendida la marcha, le confiesa seguro a Conversa con la Noche: Recorro el mundo, quiero conocerlo.
Esta hazaña se estructura en forma inversa a la cobardía que se oculta tras la pasividad del padre, quien cada atardecer miraba los campos, escudriñando una ruta que lo condujera al hogar, pero que nunca se atrevió a buscar.
El padre se ha convertido en rey, es verdad. Pero no ha sido por sus virtudes ni por su esfuerzo, sino por simple casualidad. Nada ha buscado, nada ha pretendido y lo que pretende —retornar al hogar— no se atreve a realizarlo.
De este modo el hijo hereda una corona caída —literalmente— de los cielos. Pero este héroe sí ansiaba bienestar y, aunque nunca lo ha formulado, ejerce el poder como si toda la vida hubiese sido preparado para ello. Imparte órdenes sin vacilar y sólo toma conciencia de su falta de educación principesca, cuando recuerda que no sabe danzar. Carece de lo fútil, pero domina lo esencial.
El hijo viste primero la pobre chaqueta del padre, para luego investir su corona. La imagen del Príncipe supera ampliamente a la del rey y no pasa un día antes de que lo sustituya en sus funciones. La fortuna puso al padre en el trono, pero la virtud del príncipe lo sentó seguro. Esa concepción democrática que hace oír las voces del pueblo en el relato, también lo aleja del relato folclórico en que sólo es juzgada la crueldad privada, y lo acerca a la modernidad histórica.
En “El Príncipe” de Nicolás Maquiavelo se rastrean estas dos posiciones frente al gobierno. El padre es de los que opinan que las cosas del mundo son gobernadas por la fortuna y por Dios de tal modo que los hombres con su prudencia no pueden corregirlas, y más bien no tienen remedio alguno; por esto, podrían juzgar que no hay que esforzarse mucho en las cosas, sino dejarse gobernar por la suerte."
Aquel padre temeroso y negligente, centrado en su individualismo y olvidado de su función pública, se reencuentra con su hijo desde un sitio singular, también atípico en el relato folclórico: será el padre quien le pida perdón al hijo, para después otorgarle crédito y mando.
El modelo que procura Saltoncito, se ajusta al del príncipe nuevo, un nuevo gobernante en una patria que ruega a Dios que le mande a alguno que la redima de esas crueldades e insolencias bárbaras... y nada hace tanto honor a un hombre que de nuevo surja, como las nuevas leyes y los ordenamientos nuevos que descubre, predice Maquiavelo.
La otra etapa fundamental de la iniciación del héroe, es el conocimiento de la mujer, que en el lenguaje gráfico de la mitología, representa la totalidad de lo que puede conocerse... Saltoncito elige a una joven que, como él, no pertenece a la clase social en la cual se muestra, pero a la que ha accedido por los méritos de su padre. La mujer es la guía a la cima sublime de la aventura sensorial. Los ojos deficientes la reducen a estados inferiores — dice Campbell, y Flor del Nenúfar es permanentemente relegada por los demás por su condición plebeya—, pero es redimida por los ojos del entendimiento. Esos son los ojos de Saltoncito en quien un pobre ciego verá el alma'
El héroe capaz de tomar a esa mujer tal como es, con la seguridad y la bondad que ella requiere —continúa Campbell— es potencialmente el rey, el dios encarnado. En otro cuento mítico, la mujer exclama: aquel que es rey, no importa de qué, se muestra siempre gentil y hermoso.
Es que el poder real —entendido como auténtico— es hermoso y gentil. Ambas cualidades viven en Saltoncito. Dueño de un corazón gentil, su prueba final es el talento que ejerce para ganar el don del amor, que significa, la vida en sí misma. Entonces se produce la apoteosis del héroe, quien, como Buda, mira desde arriba con piedad. Ya reencontrado con su padre (la parte terrible de sí mismo), ya encontrado con su novia (su complementario, anima y animus jungianos), en esa conjunción de dos se multiplicará en muchos (su pueblo) y comenzará una vida nueva. Es el gobierno que se abre bajo el príncipe Saltoncito, quien posee la sabiduría de los antiguos: sabe que el odio se detiene con el amor. Su acción de liberar a los crueles jueces lo demuestra, y aún les advierte: y por si algún día os repusiese en vuestros cargos, no olvidéis nunca que la justicia es bondad. Marchaos y sed felices, amigos míos.
Secuencias de humor alternan estructuralmente las escenas de emoción más honda. El excarcelero, se apresura, no bien se encuentra a solas, a quitarse sus nuevas botas de mariscal que le torturan los pies. Saltoncito lo sabe y poco más adelante lo elogia: muy hermosas son tus nuevas botas. También frente a la obsecuente sumisión de los jueces perdonados, le cuesta mantener conservar su seriedad. En Espínola el humor parte de una moderna desacralización de protocolos y rígidos formalismos. En esa misma línea anticonvencional, el príncipe vuelve a su traje gastado y a sus zuecos y le confiesa a Flor de Nenúfar, en una lengua casera en su simpleza y ternura: te juro que con esta ropa me siento más cómodo y más calentito. Ella, inteligente y plebeya, comparte sus códigos y aprueba.
El traje fue la señal identificatoria ante el padre, ahora el esquema se reitera frente a la madre, aunque ella lo reconocería de todos modos. Al modelo folclórico se le impone la concepción popular y democrática de Espínola, quien inviste a su héroe de poder pero luego lo retorna a su apariencia original. Sólo siendo él en su integridad, tanto en su humildad primera como en sus hazañas últimas, Saltoncito puede volver a la madre, retornar al origen. Lo acompañan novia, padre y salvador. El propósito inicial de su partida se ha cumplido, el héroe ha recuperado territorios del amor perdidos, y aún ha conquistado otros nuevos. Con sus afectos individuales constituidos —entre los que también figura el Patriarca— puede volcarse entero hacia su pueblo. El relato se cierra con los vítores al “Bienamado”.
Un pueblo de sapos ha inventado Espínola. De apariencia desagradable y simbólicamente negativos, los sapos como anfibios habitan a la vez, el agua y el aire. Los sueños, el inconsciente, la vida intrauterina es el escenario que monta Espínola para su relato infantil. Allí suelta la capacidad de imaginar y también trasgredir. Sus personajes son feos de aspecto, cuando no terroríficos, pero por dentro se ocultan sentimientos sublime. Apariencia y esencia, como en los feos humanos. Estos desdoblamientos enriquecen el relato. El rudo carcelero, se desdobla en padre desolado, el delincuente lechuzón, en generoso visionario.
Conversa con la Noche simboliza la avaricia y el engaño, es la noche del alma y en la noche se encuentra con Saltoncito. Pero el joven ejerce en él esa llamada al corazón que otros también experimentarán y en la que radica su poder. El vicio desea ser virtud y en el espejo de los ojos del sapito, lo logra. La mirada benevolente lo redime y el feo personaje puede ascender hasta tocar las nubes.
En este encuentro el héroe ha perdido la ingenuidad, sabe con quien se halla, no le teme y lo absuelve por amor. Con este aprendizaje enfrenta futuros enemigos.Es un mundo de sapos y de seres aún más desagradables, metafóricamente asimilables a “las ratas” que analizara Daniel Gil: Paco asocia las cuevas de las ratas, con las cuevas desdichadas de los hombres. Siente el sufrimiento de las ratas (de los sapos) porque se identifica con los desgraciados y los perseguidos
De la autoridad paterna se extienden la crueldad, la incomprensión y la violencia. En el relato “Las ratas", el yo protagonista se visualiza prisionero, seguido de patibularios emponchados, cada vez más lejos, más lejos de mi madre... Saltoncito a su vez, es condenado a muerte por tres sapos de cara patibularia. El mundo bélico que surge del padre se opone al amor y la vida desprendidos de la figura materna. Otra antinomia tal vez se esconda detrás: la espada y la pluma que esgrimían los héroes para alcanzar la gloria. Sólo cuando empuñó una Remington (aunque inservible) el padre del autor reconoció con orgullo a su hijo.
Pero en toda la extensión de su vida, el autor prefirió la pluma, la palabra, el arma blanda del mundo materno. Saltoncito realiza su travesía heroica partiendo de la madre y retornando a ella. El autor escribe la suya alejándose del destino que su padre había preparado para él. Entreverado el héroe en luchas fratricidas, son imposibles los finales felices, basta recordar el cuento “Pedro Iglesias". El realismo fiel a una humanidad de ratas o de sapos, también dificulta la satisfacción final. En Espínola predomina la amargura. Con Saltoncito el autor comete la mayor trasgresión, porque he aquí un relato destinado a los niños. Es entonces el lector quien, en este caso, le da al autor la posibilidad de soñar a su entera libertad. En un cuento infantil, se impulsa al niño al ideal. A ese impulso, Espínola lanzó su vida. Puede haber un reino de bondad y justicia, lo escriben la Biblia y los cuentos infantiles. ¿Y por qué la vida no puede parecerse a los cuentos? Tal vez el alma de Espínola cantara la misma canción que mis hijos escuchan:
“Ojalá que la vida se pareciera mucho más a los cuentos. Llena de sueños, de heroísmo y esperanza Como en los cuentos. Ojalá que los hombres entendieran de una vez Que del sueño nace el mundo, y no crean al revés. Porque a esta tierra le hace falta un argumento ¡Donde triunfe la verdad... como en el cuento!”
“Saltoncito”, Francisco Espínola, Arca. Montevideo 1993, p. 12.
Joseph Campbell: “El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito”. Fondo de Cultura económica, Buenos Aires, 1997.
Ibid: p. 90.
“Saltoncito”, p. 77.
Ibid, p. 44.
“El héroe de las mil caras”, p. 122.
“El Príncipe”, cap. XXV, edición y traducción de Luce Fabbri.
¿Cómo es eso, padre mío? —reconvino Saltoncito—. El reino está completamente desorganizado, las contribuciones son terribles, los.. -¡Yo no pensaba más que en ustedes! —balbuceó el Monarca, disculpándose, con los ojos bajos. -Sí, ya lo sé, papá. Pero... pero debiste... -¡Perdóname! —musitó el Rey sin alzar la vista.
Ibid, Cap. XXVI.
“Saltoncito", p. 79: El Príncipe llegó hasta él, cogió entre sus manos la cabeza del anciano y púsole en la frente sus labios con dulzura. ¡Ya os vi! —gritó el anciano.— Os vi el alma, alteza.
“El héroe de las mil caras", p. 111.
Ibid, p. 146.
“Saltoncito”, p. 81.
Ibid, p. 74.
“Las ratas”, Daniel Gil, 1986, p. 121.
Ibid, p. 123.
“Saltoncito", p. 36.
“La leyenda de Robín Hood" de Mauricio Kartun y Tiro Lorefice, música de Carlos Gianni, Buenos Aires, 1995.