París junio 12 1959
Mi querida Mechita:
Recién el miércoles pude cumplir con tu pedido, pues el metro patrón no se haya en París sino en Sèvres, pequeña ciudad de 15000 habitantes, a 15 kilómetros de aquí, situada en un lugar maravilloso, rodeada de grandes bosques y pequeñas montañas. Es preciso ir en auto. Me llevó la doctora L. que es profesora del Instituto Normal, como yo. Por la mañana visitamos el Centro Internacional de Estudios Pedagógicos, conocido por los uruguayos que se interesan en los problemas de la enseñanza, pues tiene importancia mundial. Vimos cómo se enseña a los niños y a los grandes, entre vastos jardines y paisajes encantadores que se divisan desde todos los sitios a través de las ventanas. Nos invitaron a almorzar. Por teléfono pedimos autorización para poder entrar al Centro Internacional de Pesas y Medidas “Pabellón de Breteil”, un gran edificio compuesto de varios pabellones que queda a unas veinte cuadras, también entre bosques y jardines, en una gran altura. Allí es que está el famoso metro que me ha tenido al retortero todos estos días. Esa institución está sostenida por 35 países entre los que se cuenta Uruguay, y que se someten a la misma convención de pesas y medidas. Me fijaron las 14 1/2 para ir. Estuve en punto. Me recibió el director. Y me dijo: “Ni yo mismo, solo, podría ver el metro, pues preciso dos personas más, ya que está encerrado en una cueva a dos metros de profundidad, dentro de un cofre cuya cerradura no se puede abrir sino empleando tres llaves diferentes. Una llave la tengo yo; otra, el Presidente del Comité Internacional de Pesas y Medidas, integrado por 18 miembros; la tercera se halla depositada en los Archivos de París. Pero lo voy a hacer acompañar por un ayudante. Él le mostrará la copia exacta que aquí guardamos también, hecha en la misma colada (que te explique esto tu maestra) de la que existen 29 más en poder de los primeros países que se reunieron para fijar la medida tipo.” Vino el ayudante, que es un joven sabio. Pasamos por unos bellos jardines florecidos y entramos a un pabellón lleno de puertas todas muy cerradas con llave, que el hombre tenía que abrir. Muchos aparatos extraños. Por fin se abrió una puerta. Allí estaba la famosa copia. En una barra de no sé qué metal muy pasado, de un tamaño un poco mayor de un metro y grueso de 1 y medio centímetros, más o menos. Su corte transversal, para darte idea de su forma, sería éste si lo pudiera dibujar bien:
Es decir: un poco hueco por los cuatro lados, como ves. En una de las superficies, hay tres rayitas a un lado y a otro, así:
Las dos del medio dan la más exacta medida del metro que se puede lograr. Cuando algún país o algún particular precisa un metro exactísimo, se mete esa copia (el patrón está en la cueva; no se toca) en un aparato que tiene una gran cubeta con agua a determinada temperatura, y se le deja un rato para que todos sus puntos tengan igual temperatura. Luego, se prieta un botón, y todo el aparato se mueve y queda debajo de dos microscopios fijos y muy poderosos, uno a cada lado del metro. Entonces se puede ver exactamente donde queda cada raya de las que te indiqué, y se marcan en la barra de metal donde se quiere fijar la medida exacta de un metro. Esto no lo pueden hacer más que especialistas, y provistos de instrumentos especiales.
Después, el ayudante me mostró la copia del kilo tipo, que también se haya encerrado en su cueva y muy cuidado con tres llaves que tienen en su poder tres personas distintas. Ya ve, querida hija Mecha, en que líos metió a su viejo padre. Pero no se arrepienta. Porque, en compensación, la comida con que me invitaron estaba riquísima, y las personas que conocí tanto en el Centro Internacional de Estudios Pedagógicos como en el Pabellón Breteil eran realmente encantadoras en su amabilidad y su afán de satisfacer mis deseos.
Si hubieras estado tú conmigo en París, habríamos hecho de la mano todo ese trajín. Pero te llevaba en mi corazón. Por consiguiente, yo sentí todas esas horas que te llevaba de la mano, realmente. Un beso de su
Papá
Saluda a su maestrita y a sus compañeros de clase y a su directora. Cuando regrese, me gustaría ir un día a hablarles. Pero a los de su clase, sólo. Desde mi pieza del hotel, yo siento la hora del recreo, por la mañana y por la tarde, el bullicio de los niños de una escuela pegada al “Saint Michel” es un gorjeo de pájaros. A veces me pongo muy, muy triste. ¿Qué será de esos niños cuando sean grandes? Ustedes, los niños de nuestro país, es posible que sean más felices en el futuro que estos que escucho, tan contentos ahora, jugar. Porque en Europa hay el peligro de la guerra. Ustedes tienen que querer con mucha gratitud a nuestro Uruguay que les protege la dicha de ahora y la de después.