A Aquiles le es dado elegir entre una vida larga, pero oscura y una existencia breve, pero famosa. Y elige el morir joven. Morirá, pues, así, para no morir del todo, en esa perdurabilidad en el alma de los demás que es la gloria, en ese refugio entre los hombres que la gloria significa. Porque es un amor hondísimo, sobrehumano, espantoso a la vida, el del héroe; y porque es una tristeza hondísima, sobrehumana, espantosa por la muerte, por el estar muerto, por tener que hallarse fuera del mundo, en el Hades, la de ese ser, poco más que adolecente, el más joven (y el más bello, asimismo) entre los grandes caudillos aqueos.
Llegará voluntariamente allí, al otro mundo -y tan pronto, no tiene 30 años- para quedar aquí, en la tierra, ya que no podrá ser de otra manera, por lo menos por el recuerdo de sus hechos.
“Cierto es que en la morada de Hades quedan el alma y la imagen de los que mueren; pero la fuerza vital desaparece por entero.” XXIII página 164. Ante la tumba de Patroclo. Esto es lo que le muerde el alma. El perder la fuerza vital.
Odiseo, al hallar su sombra en el reino de la muerte, le dice, por consolarlo: “Como imperas poderosamente entre los difuntos… no has de entristecerte porque estés muerto.”
Y Aquiles, que ya desde la tierra lo había sabido todo, le responde:
“No intentes con-so-lar-me. Preferiría ser labrador y ser esclavo… a reinar entre los muertos.” XI Segalá 137 *
(* Zeus le quita al hombre la mitad de su virtud –dice … el mismo día en que es esclavo).
Ya había dicho, asimismo, cuando estaba en su tienda frente a Troya, rodeado de sus lanzas:
“Nada, ni todos los tesoros de Ilión, valen tanto como la vida.” IX 189 Segalá
A Odiseo se le ofrece ser inmortal y eternamente joven, es decir, el ser divino, el ser dios. Y prefiere quedarse aquí. Ser hombre, mortal y triste, pero hombre.
“La tierra (…) que el hombre.”
“Por mis males soy igual a los hombres.”
Las de Aquiles y de Odiseo son dos maneras distintas en el acento, en la intensidad y en la grandeza, de amar lo terrenal, lo terrestre mejor.
Y hay dioses –entre ellos el mismo Zeus- que lo saben, miden el sacrificio, y sienten piedad por ambos.
“Ningún dios amó tanto a nadie como Atenea a Odiseo.”
La noche, por fin, del reconocimiento con Penélope, después de 20 años de no olvidarse desde tan lejos puesto que “las deidades –dice la esposa- no quisieron que gozásemos juntos de nuestra juventud (noten que delicadeza de reproche a las deidades, casi un reproche con un perdón a la vez) en esa hora al fin del reconocimiento, Atenea, “alarga la noche y detiene la aurora” para que, cabeza con cabeza, se prolongaran las confidencias de los dos amorosos. En la suspensión del tiempo, como quería Goethe.
Los dioses saben el sacrificio de los dos héroes, repito; lo miden y sienten piedad por ambos. Dijimos lo que dijimos respecto de Odiseo. En cuanto a Aquiles, cuando el guerrero llora como un niño sobre la (…) Zeus, XlX 106 “Hija mía -reconviene a Atenea en un “trop de zèle” sublime que es una tiernísima sonrisa de Homero-, hija mía, desamparas de todo en todo a ese eximio varón… Ve y derrama en su pecho un poco de néctar y de ambrosía para que el hambre no lo atormente.” Calipso no se atrevió a tanto con Odiseo.
Una larga tradición nos cuenta que Fidias se inspiró para hacer su Zeus en estos versos de Homero, en que pinta una actitud de dios supremo. Ver 149.
“Dejó el Cronión y bajó las negras cejas en señal de asentimiento; los divinos cabellos se agitaron en la cabeza del soberano inmortal; y a su influjo se estremeció el dilatado Olimpo.” I- 49
Este asentimiento de Zeus, que expone así Homero, lo otorga a Tetis, la madre de Aquiles, cuando ella le pide que castigara al ejército de Agamenón por el ultraje de éste a su hijo. Odisea 274.
El eje de los dos poemas es semejante: un oscuro (y fuerte hasta los últimos límites) amor terrestre.
La duda, y la impiedad en el sentido religioso, iban a llegar a Grecia más pronto que en ningún otro sitio. Y la impiedad, no en un gesto airado, no en una fácil negación tan ciega como la fe, sino inundada el alma por una melancolía infinita. Una impiedad que libera la conciencia humana y que la deja en libertad hasta para ser piadosa.
En la Iíada y la Odisea los hombres protagónicos son tristes de toda tristeza. Y los dioses son susceptibles de sentir pena.
Los dos mortales quieren ser de la tierra. Los que se acercan son los otros, los dioses, pues. Y si descienden mucho, se exponen a morir, también.
Piensen en la Venus de Milo. ¿Es una divinidad? ¿Es un ser humano? No se sabe. Lo que se siente es que su alma está envuelta en una monotonía sin fin.