No quiero que se nos vaya enero sin recordar que hace ya ochenta años, en este mismo mes, en 1935, se produjo un levantamiento contra la dictadura del doctor Gabriel Terra.
Rápidamente fue sofocado y, para enterrarlo mejor, se lo disminuyó a incidente torpe y minoritario indigno de figurar siquiera en la historia. Lo reprimieron con las armas y lo enterraron con la burla y el olvido. De ser una "protesta cívica" encabezada por el general revolucionario Basilio Muñoz -el jefe blanco que, a la muerte de Aparicio, tuvo que negociar la rendición firmándola en Aceguá-, pasó a ser "la chirinada", expresión despectiva que entró en nuestro léxico político en el último tercio del siglo XIX, posiblemente -no está muy claro- como alusión a un torpe y fracasado intento de un oficial, Chirinos de apellido, contra Santos.
El levantamiento empezó a ser organizado conjuntamente por los "batllistas netos" y los "blancos independientes" ya en 1933. Eran los dos sectores que, con algún desencuentro ocasional, habían construido lo que llamamos "el Uruguay batllista", y que habían sido violentamente desplazados por el golpe de Terra. Golpe de Estado que marcó el fin de lo que los sectores retrógrados llamaban "el avancismo batllista".
Quiero recordar la intentona heroica, porque corre el riesgo de ser olvidada. Su bandera fue tricolor -la de los "33"- y su conducción militar hubiese sido conjunta entre Muñoz y un batllista neto, el general Julio César Martínez, pasado a retiro por Terra, pero las diferencias tácticas entre un guerrillero y un militar de escuela fueron insalvables. Finalmente, a los ochenta años y en charré, asumió el viejo revolucionario "invadiendo" desde Brasil y se puso al frente de la "división Cerro Largo". Lo seguía poco más de medio centenar de hombres mal armados, pero resueltos.
El dictador Terra, consciente de que su poder no era seguro en tanto no ganara las cabezas, si no para el apoyo, por lo menos para la resignación, rebajó el levantamiento hasta en su nombre. Concebido como "protesta armada", fue "la revolución de enero" para quienes la protagonizaron, pero el dictador impuso su versión. Pasó a ser "la chirinada de Paso Morlán", en alusión al episodio más sonado: un reñido enfrentamiento a tiros en el departamento de Colonia que terminó con la dispersión de los alzados, que quedaron dueños del campo, pero casi sin municiones y sin poder contar con más incorporaciones.
En acciones de rastrillaje fueron capturados casi todos cuando intentaban llegar hasta las Sierras de Mahoma. Entre los detenidos estaban dos destacados intelectuales: Ricardo Paseyro, que comandaba la división de Rosario, y Paco Espínola, que venía como segundo jefe de la de San José. Con la referencia geográfica, Terra eliminaba los sucesos ocurridos a partir de la invasión de Muñoz, y borraba también las conjuras que logró impedir. Con Muñoz al frente, la división Cerro Largo penetró casi hasta Sarandí del Yi, antes de retirarse hasta entrar en Brasil luego de conocer el fracaso de los demás alzamientos. No tuvo encuentros armados, pero sí fue localizada y observada siempre por la aviación, que la bombardeó en un paso sobre el Río Negro.
En la capital y todos los departamentos había conjurados que debían acompañar la invasión. El levantamiento del 1º de Artillería ligera, igual que el de la unidad militar de Florida, fue sofocado, y los revolucionarios de todos lados, presos antes de que pudiesen alzarse. Se estimó que entre cuatrocientas y quinientas personas, civiles y militares, fueron discretamente detenidas en los días previos al levantamiento del 26 de enero.
Los prisioneros del encuentro de Paso Morlán fueron liberados muy pronto, en un intento de parecer generosos ante una tontería juvenil. Pero la represión fue dura. Antes y después, Isla de Flores fue lugar de confinamiento, y se desterró a cientos. En la fracasada incursión de Muñoz fueron muertos por el bombardeo aéreo Segundo Muniz (hijo del general Justino Muniz), Enrique Goicochea, Basilio Pereira, Marcos Mieres y Luis J. Gino, de nacionalidad italiana. En el campo revolucionario en la acción de Paso Morlán, sobre el arroyo Colla, murieron Raúl Magariños Solsona, Alberto Saavedra y Pedro Sosa. En el gubernista resultaron muertos el soldado Juan Francisco Pereira y el guardia civil José Doris.
Son los nombres que tengo, y quiero, por lo menos, recordarlos. Los heridos de ambos bandos fueron unos cuantos, ya que en Morlán se combatió a corta distancia, pero se ocultaron para atenuar el hecho. Ninguno de los protagonistas de esa protesta cívica tuvo calle, ni plaza, ni plaqueta recordatoria. La victoria de Terra les aseguró el olvido, mientras que él pervive en la imposición que se hizo de su nombre para la represa de Rincón del Bonete. Terra impuso la no revisión como condición para la salida, y para eso contó con el herrerismo, que coparticipó de la "dictadura del machete", como la denominara don Emilio Frugoni. Y de unos cuantos capitostes de El Día, que se mantuvieron al margen. Eran antiterristas, pero no tanto.